Muchos os preguntaréis si hoy es
el día mundial de la hormiga o algo así, pero no. En esta ocasión se trata de
algo más personal y es que en nuestra casa todos los años en primavera/verano tenemos
una invasión de hormigas. Y a mí me llevan los demonios. La única que las
disfruta es nuestra gata, que esta encantada acabando con ellas. Pero a pesar
de la amenaza felina, las cabronas de las hormigas son multitud y proliferan
hasta que les echamos veneno.
Todo este desbarre viene a cuento por que esta situación me trae a la cabeza la mejor película sobre como acabar con hormigas que he visto en mi vida: “La humanidad en peligro”. Aunque llevaba tiempo queriendo verla, no fue hasta hace unos meses que la vi. Siempre había oído que era una pequeña joya, y que había sido una de las principales influencias (no reconocida) de James Cameron a la hora de escribir y realizar una de las mejores secuelas de la Historia del Cine “Aliens. El regreso”. Solo por eso, merecía echarle un vistazo para comprobarlo. Y la verdad es que, una vez vista, puede asegurar que los dos comentarios están justificados.
Dos policías de Nuevo Mexico encuentran a una niña vagando por las carreteras del desierto. La niña parece estar en shock, y lo único a lo que responde es a un extraño ruido de origen desconocido. Al investigar, los policías encuentran que la caravana donde la niña estaba con su familia ha sido arrasada por algo bastante grande y que deja huellas inexplicables. Otras ruinas de ataques como estos comienzan a aparecer sin una explicación clara, por lo que las autoridades envían a una pareja de científicos, padre e hija, para investigar las posibles conexiones entre estos ataques y los experimentos nucleares llevados a cabo en la zona.
Como se puede ver, el argumento
es indudablemente hijo del pánico nuclear reinante en aquellos años de la
Guerra Fria: el afán del hombre por realizar acciones cuasidivinas, siempre
acaba generando monstruos. En esta época encontramos, como bien refleja el
genial Peter Biskind en uno de sus artículos en el libro “Gods and Monsters”,
dos tipos de películas de ciencia-ficción: las izquierdosas y las derechonas.
En las primeras el ejercito es retratado como una horda de descerabrados con
ansias de destrucción (como sería el caso de, por ejemplo “La cosa”) y en las segundas
los que quedan retratados como culpables de los desaguisados son los
científicos, que juegan a ser dioses, generando situaciones que solo pueden ser
resueltas por el noble ejercito de Estados Unidos. Bueno pues esta entraría
dentro de las derechonas, pero sin caer en maniqueísmo tan brutales, como los
que presentaba, por ejemplo “Tarantula”, en la que los científicos eran
auténticos mad doctors sin moral ni remordimientos y los militares la última
línea de defensa antes ellos... Aquí los científicos son retratados de una
manera bastante amable, gracias sobre todo a la simpática interpretación de
Edmund Gwenn, que crea un personaje que queda a medio camino entre el profesor
Tornasol y Abraham Van Helsing. Las fuerzas armadas, eso sí, son vistos como
héroes sin dobleces.
Pero si por algo esta película funciona, es por lo bien contada que esta. La puesta en escena saca buen partido de los elementos que tenían a mano, con secuencias tan atmosféricas como la que da inicio a la cinta, el primer ataque (en el que no vemos a los bichos, solo los intuimos por el sonido), o la incursión final en las alcantarillas de Los Angeles, para acabar con el nido de insectos (¿Cuánta veces vería Cameron esta secuencia? Muchísimas…). Los efectos especiales, aunque tengan 60 años, la verdad es que quedan bastante resultones y aun a día de hoy, siguen sin ser risibles, lo que no es poco decir.
Esta es nuestra primera linea de defensa. Los lanzallamas y los helicopteros son la segunda... |