jueves, 27 de agosto de 2020

Cine en random (XX): "Midsommar". O a propósito del terror ¿elevado?

 

Hace no mucho, revisando por aquí la excelente “El hombre de mimbre”, comentaba que su influencia seguramente se haría notar en recientes muestras de horror folklorico como “Midsommar”, algo intuible ya con lo que se veía en el trailer y las imágenes promocionales. También comente en aquella entrada que aun no había tenido valor para verla después de la MAYÚSCULA decepción que me había supuesto esa tontería pretenciosa, aburrida y  tremendamente sobrevalorada que fue “Hereditary”. Bueno, pues finalmente a base de las recomendaciones de un amigo a la Gata (conmigo no lo intento sabiendo el poco interés que me despertaba esta propuesta…), le picó la curiosidad a la mitad de este blog y acabamos viéndola… ¿Con que resultado? Pues que si bien es menos mala que su anterior propuesta (era fácil que así fuera…), no hace más que confirmar lo que ya apuntaba aquella. Diga lo que diga Scorsese…

Tengo que reconocer que Ari Larter Aster (que es un poco como Bayona, pero con más infulas artísticas y menos oficio, o sea aun peor...) ya me despertó antipatía con la actitud condescendiente que tenía en las entrevistas en las que hablaba de su anterior película (cosa que hubiera perdonado si "Hereditary" hubiera tenido algo de interés...), en la que defendía que aquella cinta no era cine de terror, sino algo más profundo, y allá va ese temible adjetivo, elevado. Y aquí voy a extenderme/desahogarme un poco, que es un tema que tiene bastante revenido desde que se empezó a usar.

Lo primero que denota esa expresión es un desprecio por el cine de terror, como si por sí mismo no fuera capaz de mirar de igual a igual a cualquier otro género más “elevado”. Si alguien cree eso de uno de los géneros que lleva brindando obras maestras desde que el cine es cine, mal empezamos. El cine de terror es probablemente el que más se basa en el poder de la imagen en movimiento para trascender el intelecto del espectador y hacerle plantearse cosas que normalmente lleva escondidas. El buen (porque como en cualquier otro género también lo hay malo…) cine de terror se sirve del miedo y el impacto que generan lo que sale en pantalla para acceder al subconsciente de la platea y hacer que se enfrente a facetas que le son incómodas de su vida y personalidad. Vamos con unos cuantos ejemplos obvios: “La semilla del
diablo” hablaba del embarazo como situación de despersonalización y de pérdida de libertad para la mujer; “La profecía” mostraba los temores de un padre por traer al mundo a alguien que va a hacer de este un lugar peor; “La mujer pantera” expone las consecuencias de la represión y los tabúes sexuales; “¿Quién puede matar a un niño?” saca a la luz el rol al que se relegan los niños en la sociedad y las consecuencias que puede tener; “La cosa” nos enfrenta a la incertidumbre de no conocer en realidad al prójimo; “La mosca” muestra de manera descarnada la enfermedad y el deterioro físico y las consecuencias que generan en los que nos rodean; “El sexto sentido”  es una reflexión sobre la  falta de comunicación entre los miembros de una familia… Me he ido a lo obvio, pero podría seguir con unos cuantos cientos de ejemplos más. Si todo esto se ha conseguido en películas que lucían con orgullo su condición de muestras de género (es decir, que perseguían como principal objetivo el de inquietar al espectador) ¿Qué derecho tiene nadie a venir a “elevar” a un género que ha logrado todo esto?


Pese a todo, imaginemos que el terror estuviera necesitado de que subieran su nivel de trascendencia e importancia cultural. Entiendo yo que la manera de hacerlo sería la misma que aplicaron, por poner un par de ejemplos bastante aceptados, Kubrick a la ciencia ficción y Nolan al cine de superhéroes: con complejidad argumental, pero sobre todo, visual y narrativa. Y ahí es donde aparece nuestro salvador del género, Ari Larter Aster. Este hombre, al que no me cuesta nada imaginarme poniendo cara de asco al encarar el cine de terror, tiene claro como redimir un género tan necesitado de ello: por un lado va a dedicarse a introducir secuencias con movimientos de cámara muy alambicados y de cierta inspiración pictórica y tono artístico para hacer del género algo auténticamente bello; por otra parte, decide que lo que va a hacer en sus películas es un guion profundo y sorprendente y poner de fondo una relaciones interpersonales muy complejas, trabajadas y retorcidas; y por último, cuando no quede más remedio que encarar los momentos de momentos de terror, estos van a ser muy impactantes a base de un gore con vocación realista. Esa es su fórmula maestra. Y aplicando esa fórmula, ¿que es lo que ha logrado?: ni más ni menos que dos alargadísimos telefilms de sobremesa con afán esteticista e insertos gore.

Porqué entremos un poco en estos tres aspectos para ver que es lo que busca y que es lo que logra en “Midsommar”…

En lo relativo al aspecto visual, es obvio que se persigue es llamar la atención del espectador por lo elaborado de algunos momentos: se delecta en la belleza de algunos encuadres y se luce con movimientos de cámara, que, en el mejor de los casos le quedan vistosos, pero acaban deviniendo siempre en vacíos y superficiales. Además, el realizador cae en el error de creer que un movimiento elaborado va a salvar la secuencia (algo que está al alcance de muy, muy pocos realizadores…), y lo que hace más bien es hundirla, ya que alarga momentos que lo que necesitaban era concisión y brío, para no acabar en lo que se convierte finalmente, momentos aburridos que lo que hace es que el espectador se desentienda que lo que se está viendo. Y truquitos como meter caras subliminales y cosas varias, enriquecen una cinta si tiene miga, sino solo son fuegos de artificio para despistar al espectador y darle gato por liebre.

Sigamos con el guion, que es lo que me resulta, si cabe, más decepcionante en esta película. Larter Aster confunde tristeza y drama con profundidad, y hay un acúmulo de momentos trágicos y retorcidos, porque hay que recordar que eso es lo que hace una película importante y seria. Si diera como resultado un guion de hierro, como, por ejemplo, hizo Bergman en  las geniales “El séptimo sello", sobre todo "La hora del lobo" que fundía con éxito terror folklórico y reflexión existencial, pues por lo menos compensaría el esfuerzo, pero aquí no es el caso. Pese a esa supuesta profundidad, los personajes no podían ser más antipáticos (porque a uno no le da ninguna pena cuando van cayendo), e idiotas, porque sus acciones y decisiones son absurdas e incomprensibles (en las de Bergman no pasaba eso...). Aquí añadir que la pésima labor de todos los interpretes no ayuda nada, algo que tampoco es y en este director, que arrancó de la siempre excelente Toni Collete la que probablemente sea la peor actuación que yo le he visto en la ya citada “Hereditary”. Sigamos la trama, que se pretende compleja y sorpresiva, lo resulta en ningún momento: desde que llegan a la comuna, es obvio todo lo que va a ocurrir. Esta falta de recursos narrativos queda a la vista con argucias tan baratas como la del uso que hacen de las drogas, que se convierten en un deux es machina en por lo menos cuatro ocasiones, como pensando “si no como justificar que un personaje haga algo totalmente absurdo, pues le drogo y asunto arreglado…”. Y luego está la total ausencia de humor, cuando la cosa lo pedía gritos, pero claro, el humor no es “elevado”. Tonterías tan manidas como el conjuro con ingesta de vello púbico para enamorar a alguien (juro que este rumor circulaba por los corrillos de mi instituto…) solo podían mantenerse si se añadía algo de ironía al asunto… y no lo hace, y así le queda. Aquí en su día hablé de las maravillas de “Crudo”, que sin renunciar a ser una comedia negra, hacía reflexionar sobre temas serios y profundos. Y que decir de toda la filmografía de mi adorado Verhoeven, que ha hecho de la ironía y el humor negro su bandera, sin renunciar por ello ni un ápice a la reflexión. Alguien debería tomar nota de estos ejemplos para muestras de “terror elevado” venideras.

Y si el guion era lo que más me decepcionaba, lo que más me indigna como seguidor del cine de terror, es el acercamiento a las secuencias que se pretenden de género, que denotan una absoluta falta de compromiso en él. Y así le queda. Larter Aster, probablemente convencido que el terror es un mero peaje a pagar para lograr que su trabajo tenga más difusión, acomete las secuencias de tensión con una desgana absoluta, casi como con vergüenza, encargándose el mismo de castrar cualquier atisbo de tensión que pudiera generar. Vease la primera secuencia de género, la del suicidio ritual. El director hace que la secuencia dure, como mínimo, el doble de lo que debería, desactivando (posiblemente a propósito….) las posibilidades terroríficas de la escena, que quedan disueltas del todo desde los primeros compases, en los que queda claro punto por punto lo que va a suceder. Pero es que cuando ya se ha resuelto, de una manera bastante perezosa, la escena, el director hace algo que se ha convertido en una seña de identidad: incluir una serie de insertos gore, que no vienen nada a cuento con el tono marcado hasta ese momento, como queriendo demostrar que, cuando quiere, el también sabe ser intenso y transgresor. Pues esta va a ser la tónica del resto de las secuencias de género, como la desaparición de dos de los protagonistas en off, que también resuelve con dos imágenes sangrientas que se saca de la manga sin ninguna justificación. O la escena final, todo un remedo del inolvidable final de la citada “El hombre de mimbre” sin gracia ninguna, careciendo de su mala uva y su poder de transgresión. Y que conste que 

Después de esta parrafada, que hace tiempo que quería soltar, ya puedo decir que me he quedado satisfecho, algo que no me ocurrió en ningún momento viendo “Midsommar”. Si alguien quiere ver cine de terror de categoría, que recupere alguna de las películas que nombró al principio, o cualquier otro clásico (moderno o antiguo, que por aquí ya me dediqué en su día a glosar las maravillas de "It follows", que consideré la mejor película de aquel año) del género: habrá siempre en ellos más honestidad, pasión y emoción que en cualquier muestra de “terror elevado”.


domingo, 9 de agosto de 2020

Recuperando clásicos (XX): "Dersu Uzala"



A principios del pasado siglo, un grupo de soldados rusos son enviados a explorar y mapear la taiga siberiana, por entonces todavía muy desconocida. Al poco de iniciar su expedición conoceran a Dersu Uzala, un cazador trashumante, que conoce la taiga como nadie. Entre Dersu Uzala y el capitán de la expedición se establecerá una emotiva relación de amistad.

Si es que algo bueno ha traído la terrible situación que estamos viviendo, es que se están reestrenando muchas películas interesantes que varias generaciones no hemos podido disfrutar nunca en pantalla grande, lo cual, más allá de lo desdichado del motivo, es algo a celebrar.



Existe la creencia extendida de que el cine es el lugar idóneo para ver películas espectaculares, con muchos efectos especiales y paisajes vistosos, y que el resto de las películas se pueden disfrutar igual de bien en casa. No puedo estar más en desacuerdo con esa afirmación: primero porque el cine es el lugar idóneo para ver cualquier tipo de películas; y segundo por que si hay algún tipo de películas que se beneficien de las salas cinematográficas son, por una parte, la comedia y el terror (porque buscan generar sentimientos que son contagiosos, y en los que el ambiente que te rodea hace mucho), y, por otra, el cine más contemplativo o si se quiere llamar así, de arte y ensayo, ya que la inmersión y la atención que suele precisar este tipo de películas es muy difícil de alcanzar en el domicilio. Bueno pues ver "Dersu Uzala" fue una cara demostración de esto último. Esos planos fijos largos, esos silencios que terminan por contagiar al espectador la quietud que preside la película, y esa bellísima fotografía, nunca puede ser sentida por igual viendola en casa.

Yo tenía el recuerdo de haber visto esta cinta en casa con mi padre, hace probablemente más de 30 años, siendo un niño, y aunque se podía temer que un niño no iba a aguantar una película como esta, pese a haberla olvidado en gran parte, aun guardaba recuerdos de las sensaciones que me generó y de algunas de sus fascinantes imágenes. La revisión de esta película en pantalla grande ha reafirmado todas esas sensaciones de belleza, quietud y emoción, y me ha recordado todo el Cine que guarda dentro esta película.


Kurosawa siempre se ha considerado el maestro de (entre otras cosas) el uso de la climatología en el cine, (celebre es la anécdota en la que coincidió con su admirado John Ford y el del parche le dijo al japonés "-Sí que le gusta a usted la lluvia", a lo que Kurosawa respondió "Sí que ha visto usted mis película"...), y en este trabajo, que se desarrolla casi en su totalidad en la naturaleza, alcanza casi su grado máximo para elaborar un alegato ecologista libre de moralinas y paternalismos: pocas veces se ha conseguido capturar con la cámara con esta intensidad el frío, el sol, el hielo, o el viento. Pero si bien su virtuosismo con la
cámara y la iluminación estaba fuera de toda duda, en este visionado, me llamo la atención el uso que hace del sonido para transmitir esas sensaciones: el crepitar del fuego, el silbido del viento, el crujido de la nieve al ser pisada, el rumor del fluir del agua... Pocas veces he experimentado esa sensación de inmersión a través de los sonidos viendo una película.

Y no por más conocido, tampoco es menos fascinante el manejo del plano que demuestra el director. Hay en esta película varios momentos en los que la composición de planos llama la atención por su capacidad expresiva dentro de su aparente sencillez. Me viene a la mente el momento en el que, en los primeros compases de la película, mediante un alero del tejado de un tejado, Kurosawa separa en el mismo plano, por un lado, a los soldados rusos, y por otro, a Dersu Uzala y al capitán, demostrando de manera imperceptible pero a la vez elegantísima como, a pesar de compartir espacio, se encuentran en realidades completamente diferentes. Posteriormente cerca del final se repetirá esta misma técnica para demostrar otra vez separación: por
medio de una tubería que asciende por una pared de una habitación, el que esta solo en un universo aparte es ahora Dersu Uzala, totalmente alejado del capitán y su familia, incapaz de adaptarse a la ciudad, a pesar de haber sido en su hogar por sus achaques de salud. Igualmente, es reseñable el uso que hace del montaje dentro del plano, algo que entre otros reconoce haber aprendido Spielberg de Kurosawa, con secuencias contadas en un mismo plano sin necesidad de espectaculares travelling, sino cambiando fluidamente de un plano general a un
plano detalle, para volver a otro plano general y acabar en un plano medio. Hay varias de estas secuencias en la cinta, pero me parece particularmente reseñable esa en la que seguimos a la expedición avanzando por esos frondosos bosques, sencillas y directas sin que el virtuosismo que esconden detrás (hay que recordar que esta cinta tiene 45 años y entonces no había stedadycams, si no pesadas cámaras y raíles, que no quiero ni imaginar lo que tenía que costar montar en la selva...).

Todo este virtuosismo que comento, sería vacío si la película no estuviera llena de emotividad, sentimiento, un ecologismo profundo y sincero, y hasta en momentos, puntuales, humor. La última secuencia es particularmente emotiva, con Kurosawa, rescatando la imagen que cerraba "Los siete samurais", y que deja claro cual es el único destino que les espera a aquellos que viven, guiados por sus propios valores, al margen de la sociedad: cuando entran en contacto con ella, siempre es el mismo el vencido. Solo que aquí además de acabar con ellos, el progreso y la industrialización se encargan de que ni siquiera quede huella de los que han vivido en comunión con la naturaleza.
Y a pesar de que tal y como he comentado se trata de una película que tiene mucho de contemplación, hay que reconocer que cuando el director quiere crear tensión, lo hace de manera magistral, con secuencia como aquella que transcurre en el anochecer del páramo helado, o el rescate en el río, rodadas con pulso maestro, que hacen que una secuencia de dos hombres cortando hierba, se convierta en un momento de suspense.

Tengo que decir, que viendo a Dersu Uzala, el personaje que más me venía a la mente era mi favorito de la saga "Star Wars", Yoda. Ambos, no solo son la representación última de la bondad y tienen la misma actitud vital y viven como ermitaños el último tramo de su vida, sino que además son pequeños, pero esconden un inmenso potencial dentro de ellos. Lucas siempre reconoció a Kurosawa como un maestro, y a "La fortaleza escondida como una de las principales inspiraciones a la hora de concebir "La guerra de las galaxias", así que no cuesta nada atar cabos y ver al cazador como una modelo para el pequeño gran maestro Jedi de color verde. De hecho la manera que tiene Dersu Uzala de referirse a todo lo que forma la Naturaleza: el Sol, el agua, las plantas, los animales... como "gente" con voluntad y sentimientos, es fácil verlo como un precedente de la Fuerza que fluye por todo en la saga galáctica. Ahí lo dejo...

Por último una reflexión extracinematográfica a la que no me puedo resistir. Si hace 5 meses alguien me dice que voy a ver con la Gata en una sala de cine comercial una película del año 1975 ¿? soviética ¿¿?? dirigida por un japones ¿¿¿??? y con una mascarilla ¿¿¿¿????, no lo hubiera creído jamás, pero como cantaba Ruben Blades, "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida..."